La alumna de Ser Pilo Paga que quiere montar una empresa de chocolates

Durante tres días, María Camila Cruz entró a la página del Ministerio de Educación, por lo menos, 36 veces. Cada hora veía si los resultados del examen Saber 11 (antes Icfes) se habían subido al sistema. Su angustia era justificada: con el puntaje sabría si podía acceder a una beca en alguna universidad privada o si le tocaba endeudarse con el Icetex por unos años. La posibilidad de lograrlo era grande. Esta joven de 17 años siempre ha tenido sus metas claras.

Anhelaba estudiar. Eso estaba decidido. Su papá, Jaime Cruz, quien conduce un bus en Tocancipá, no quería que sus hijas corrieran con su suerte: por no terminar una carrera tuvo que enfrentar las adversidades con trabajos que no son tan bien remunerados, aunque exigen bastante esfuerzo. Jaime tuvo tres hijas, que hoy tienen 16, 17 y 19 años. Todas quieren ir a la universidad, pero todas también desean que su papá, el único que responde por ellas, no tenga que excederse en su trabajo.

A los 61 años el cuerpo tampoco da abasto y menos cuando se está solo. “Pero él decía que como fuera, lo íbamos a lograr”, cuenta María Camila. En vista de que no había otra opción, pensó en dos posibles carreras: geología, en la Universidad Nacional, o administración de negocios internacionales, en la Universidad del Rosario. Para ingresar a la primera necesitaba pasar el examen de esta institución. Lo hizo, pero no alcanzó el puntaje. Solo quedaba el camino de convertirse en una administradora.

Tramitó todos los papeles y se lanzó al abismo. “La entrevista fue muy dura, intimidante. Me preguntaban qué iba a hacer si no pasaba y yo solo respondía que estudiar un idioma. Luego me preguntaba si no sabía inglés. Ahí no importa si eres del programa, solo quieren probar tus habilidades”.

Un domingo en la noche por fin salieron los resultados de las pruebas Saber. Ingresó su documento de identidad y de inmediato salió en la pantalla un letrero: “Usted puede ser uno de los beneficiarios del programa Ser Pilo Paga”. En medio de shock se paró de la silla y le contó a su papá, quien solo pudo sellar la felicidad con un abrazo. Los dos creyeron que la beca era cierta solo cuando María Camila tuvo su primer día de clases.

Los miedos de comenzar un proyecto nuevo la abrumaron: los profesores, la gente, el nivel académico, el idioma, ir desde Tocancipá hasta la universidad. Sin embargo, rápidamente, se acopló y se llevó gratas sorpresas. “El acompañamiento del Gobierno es completo. Siempre están convocando asesorías y apoyos. Además, las personas son muy amables y me admiran por ser parte del programa, como que resaltan mi esfuerzo”.

Sin embargo, le ve un problema a la iniciativa: el sistema de focalización de los estudiantes. Actualmente, se seleccionan con un promedio del Sisben y, según ella, hay jóvenes de estrato tres que no pueden pagar una universidad, pero que quieren estudiar una carrera. Además, cree que aún hay muchas preguntas sin resolver que tiene hoy los ‘pilos’, como ¿qué podría hacer en caso de querer una doble titulación o viajar al exterior? 

María Camila es una mujer tranquila, visionaria, segura. Le gusta el emprendimiento y lo mejor, no le tiene miedo. No titubea cuando habla de su futuro. Desde ya, con las clases que cursa en la universidad, está planeando su futura fábrica de chocolates. Sueña con competir con grandes marcas como Ferrero o Montblanc. Ahora está buscando y probando recetas. “Me gustan las cosas bien hechas y quisiera crear un producto elegante con sello colombiano”.

Y aunque el fondo de su vida se ve oscuro por el cacao, el camino parece ser transparente: sabe para dónde va y quiere que la inversión del Estado tenga frutos en unos años. Anhela ser una gran empresaria para generar empleo y demostrar que tiene material para innovar y digno de mostrar.